Cuarta Parte

Ya habían pasado casi dos años desde que supe que contraje VIH y como año y medio sin trabajar y mi dinero se agotaba. Decidí entonces volver a enseñar, además es ahí donde más vírgenes encontraría para luego cogérmelas. Mi plan no funcionó puesto que me tocaron los de secundaria. Para mi sorpresa una compañera de trabajo recién graduada se fijó en mí, predispuesta a ser mi tercera víctima. Hablábamos durante los almuerzos y en horas libres nos ayudábamos a corregir asignaciones y exámenes. Ella era muy interesante, se llamaba Fabiola, una mujer completamente promedio, era de estatura promedio, de ojos café, de pelo marrón ondulado, y un cuerpo un poco redondo, pues su debilidad eran los dulces. Ella tenía varias amigas maestras, a todas les simpaticé, a mí cada vez las mujeres me repugnaban más, me parecían completamente inútiles a no ser porque en ellas estuviera nuestra capacidad para reproducirnos. Las encontraba completamente mentirosas, envidiosas, sin escrúpulos, puercas si se les conocía a fondo, egoístas e inútiles al fin y al cabo. Pareciera que el único propósito que tienen en sus vidas es provocar y controlar, completamente prepotentes, puesto que los hombres somos automáticamente subordinados ante la seducción por alguna extraña razón. Fabiola era un poco “buena” o masculina si se le puede decir. Ella era sencilla, apartada y se sentía muy completa, pensé en arrepentirme de mis acciones, pero ella era otra más que siempre quería ser complacida. Al lapso de tres meses se acostó conmigo, fue muy sencillo, directo al grano y sin prejuicios. Me invitó a su casa, me cocinó un caldo gallego, receta de su abuela, de Galicia por supuesto. Su casa era muy moderna, con muebles de madera rojiza, sillones que combinaban con los detalles de las mesitas, sin mucha fotografía que dejase suponer que se apegaba al pasado y una cocina repleta de instrumentos. Su cuarto era un poco desorganizado, olía a cremas y perfumes viejos, no correspondían a su aroma, su cama era chiquita, pero muy cómoda si uno duerme solo, no había espacio a pesar de que no habían muchos muebles ni una cama grande, la ropa era demasiada, en el armario, en cestas, en bolsas; una camisa para cada día junto con un pantalón distinto. Ella me desnudó sin previo aviso, me tiró en la cama y se quito la ropa, me preguntó si quería la luz apagada a lo que respondí que me daba igual, entonces se me trepó encima y justo antes de sentarse sobre mi miembro y encajarse ahí, buscó debajo del colchón un profiláctico. No había calculado la posibilidad de que una mujer quiera protegerse, entonces le dije que era alérgico al látex, que me irritaba demasiado y no podríamos usarlo. Se vistió deprisa y me dijo que ella no tomaba anticonceptivos que por lo tanto no podríamos disfrutar de la velando. No dije nada, comencé a besarla y tocarla, a apretarle los pechos, frotar su clítoris, hasta que se desgarró el vestido rojo que traía puesto y me pidió que eyaculara afuera. Se sentó y brincó sobre mi pene erecto, y en cuanto sintió como me contraía una y otra vez a punto de explotar se separó y se lo metió a la boca y comenzó a chupar y jalar. Probablemente en otras circunstancias hubiera querido una vida con ella, pero ese no era el caso, no podía caer en sus juegos. Me tuve que ir pues no iba a dormir en un sillón ni en su diminuta cama. Durante el resto del año continuamos saliendo y turnándonos de casa en casa para acostarnos, pero fue cuestión de tiempo que se enterara de su enfermedad adquirida gracias a mí. Ella me dejo, sin peleas y sin exigir nada. Continuó con su vida enseñando y de vez en cuando me llamaba solo para tener relaciones, pero no recuerdo haber entablado nunca una conversación respecto al tema de la enfermedad y el tiempo de vida que le quedaba. Con el tiempo cada vez se veía menos interesada en mí hasta el punto que ya no volví a saber de ella.

1 cuestionamientos:

Capitán Puñeta May 24, 2009 at 6:01 PM  

Espero que el final estè bien bellaco (en todos los sentidos).