Sexta Parte

Ya me hacía viejo estaba por cumplir los 40 años y cada vez mi pelo se tornaba más blanco y se hacía menos espeso, tenía que hacer algo contra el tiempo, pronto me empezaría a enfermar y solo llevaba 4 mujeres infectadas. Para mantenerme saludable me inscribí en un gimnasio y ahí conocí a la quinta víctima, María. Era una mujer corpulenta, joven de unos 27 años, un poco baja, con el pelo negro y rizado, ojos azules, unos labios redondos y jugosos que siempre llevaba pintados de color carne. Me ayudaba en mis rutinas y era fanática de la salud y todo lo que involucrara estar saludable. Intentaba siempre de impresionarla, pero todo le era indiferente. La invitaba constantemente a salir a buenos restaurantes, a mi casa, a algún lugar cercano, a dónde ella quisiera, y nunca quería. Investigué más a fondo y era soltera, nunca se había casado y no parecía estar con nadie. De todas formas ella continuaba con nuestra amistad. Hablábamos seguido y llegué a ser su confidente, ya que le había mentido diciéndole que no me interesaba ella como mujer y ella entonces bajó la guardia. Solíamos ir al cine, al teatro, a veces a comer y ya poco después de un año desde que deje de insistirle la invité en su cumpleaños de 28 primaveras al restaurante más lujoso, el Jockey, que había reservado con más de un año de antelación pues supe que era una mujer que se daba demasiado puesto. Quedó asombrada pues es casi imposible reservar y todavía más el poder pagar la cuenta. La comida era todo un mito, que también me costó lo que pago para pagar la casa, pero enfrente de ella quedé como quien se da el lujo sin que le cueste. Mi propósito era que se sintiera obligada a sostener relaciones conmigo, y así fue. La entré al cuarto sin el menor esfuerzo, y fue ella quien comenzó ofreciéndome masajes completamente aliviadores y provocativos. Le regresé el favor de los masajes pero utilizando la lengua, en la espalda, entre los dedos de los pies, entre las piernas y claro que en su boca, esto le gusto mucho, pero técnicamente luego me obligó a ensalivar su trasero, el ojete, con mi lengua, me repugnó completamente, así que la engañé escupiéndome dos dedos y con ellos pegados a la cara la hice creer que le lambía el final de su intestino, que por cierto olía como la cola del gato de mi mujer o peor. La curiosidad me atormentaba y quise cambiar de, digamos agujeros, tuve por primera vez en mi vida sexo anal. A ella aparentemente le gustaba más que cualquier cosa, a mí me da igual, el resultado sigue siendo el mismo, la eyaculación. Se sintió un poco más sencillo, más apretado y seco, diría que quizás un poco doloroso, pero el placer está completamente ligado al sufrimiento. A la mañana siguiente ella se despertó primero, y me trajo un merecido desayuno. María era muy activa, limpió mi casa y también hizo el almuerzo y la cena, pero a pesar de todo no la quise metida conmigo, me quitaba espacio y me estorbaba. Pasaron varios días e inventé una pelea, para que no quiera estar conmigo, y se fue. Le dije básicamente que su presencia me agotaba y a partir de ahí se ofendió y su orgullo la obligó a irse.

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