Tercera Parte

Cuando volví a mi piso me encontré con que tenía un nuevo vecino, Andrés. Le di su bienvenida, me parecía muy simpático, aunque estaba casado y a su mujer no la aguantaba. Ella era una mantenida, no podía hacer nada por sí misma y era completamente aburrida aparte de fea. Andrés es doctor, un hombre interesante y muy culto, venía de Ferrol para hacer su propia vida con su mujer. Solíamos trotar en las tardes alrededor del Parque Valparaíso mientras dialogábamos de la vida y ocasionalmente en los fines de semana comíamos juntos en el restaurante Tai Chi en la calle Condes del Val. Con el pasar de los meses nuestra amistad era cada vez más apegada. Llegué a pensar que quizás mi odio hacia las mujeres se pudiera convertir en homosexualismo, pero nunca me dieron ganas de sentirme más cerca de lo que ya estaba al cuerpo de Andrés, además que el saber que su horrorosa mujer lo tocaba en las noches me daba asco. Un día mientras veíamos un partido en algún bar me confesó que estaba separado de su mujer, que ella lo había engañado y que quería separarse de ella, pero que a pesar de todo la quería.
Mi segunda víctima se llamaba Anabel, la mujer de Andrés. Sinceramente esta me dio asco, quizás me contagio con alguna otra enfermedad en vez de yo a ella. Era flaculenta de pocos pechos y aun menos culo. Tenía el pelo rizo y alborotado de un rubio teñido, fumaba mucho y parecía mucho más vieja de lo que era realmente. Todo lo hice a espaldas de Andrés, mientras se quedaba en Ferrol con su familia para recuperarse de la separación. Yo invité a Anabel a mi casa, le preparé la cena y comimos y bebimos, hasta que luego solamente bebimos. Fue fácil llevármela a la cama, de por sí ella era fácil. Me contó que su esposo la dejo de desear, que ya no lo hacían y estaba desesperada, por eso su facilidad, mujer al fin siempre creyéndose la víctima. Fue ahí el momento exacto que comprendí que las mujeres eran el sexo personificado, pues estaba seguro de haberla visto metiendo hombres en la casa de Andrés días antes, y no con buenas intenciones. Luego de unos meses Andrés volvió y le expliqué que tuviera precaución, que su esposa estuvo sola mucho tiempo, que pudo haberse acostado con otros y contraer enfermedades, así que le exigió una prueba y se llevo la sorpresa que le preparé. El divorcio fue inminente. El sufrió mucho y ella murió luego de unos dos o tres años, pero al fin y al cabo, ella tuvo su merecido, tampoco nunca se supo que fui yo quien la contagió. Su muerte me recordó que la mía estaba cerca, a pesar de ser un hombre saludable, yo ya llevaba muchos más años infectado.

1 cuestionamientos:

Nerdote May 22, 2009 at 12:22 PM  

Diablo puñeta REBE estas historias están excepcionales. El tipo es un asesino en serie desquiciado